Hace muchos años atrás existía una aldea de guerreros feroces.
Esta aldea era famosa en toda la región,
al estar habitada por los hombres y mujeres más salvajes y valientes que se hayan conocido jamás.
Sin embargo,
se corría la voz de un místico que habitaba en soledad con su hijo,
muy cerca de la aldea,
al cual ninguno de estos guerreros se atrevía a visitar.
Los rumores crecían en la región,
y esto molestaba cada vez más y más al gobernador de la aldea,
quien se hacía llamar a sí mismo Fran el Corajudo.
Un día,
harto de los rumores que le hacían daño a su valiosa reputación,
levantó la voz en medio de la aldea y exclamó:
“¡Nuestra fama se está viendo ensuciada porque ninguno de ustedes se ha atrevido a invadir la cueva de un simple místico!”
Una aldeana respondió:
“¡Nadie que lo ha visitado ha regresado para contarlo!...
...Se dice que el místico los atemoriza a tal punto,
que dejan de ser capaces incluso de defenderse a sí mismos.”
“¡Qué estupidez!” —respondió Fran el Corajudo.
“Tendré que ir yo mismo a sacar a ese místico de la cueva
y limpiar nuestra reputación ante el mundo…
...¿Alguién sabe dónde está esa condenada cueva?”
“Sigue al pequeño Liam” —dijo un anciano y continuó:
“Es el hijo del místico...
...viene a la aldea una vez por semana a buscar alimentos para él y su padre...
...¡Hoy vino y tal vez puedas alcanzarlo en la salida de la aldea!”
Fran el Corajudo partió a toda velocidad para alcanzar al pequeño Liam.
Al alcanzarlo casi sin aliento le exclamó:
“¡Niño detente!” —y continuó diciendo:
“¡Llévame a donde habita tu padre!”
El pequeño Liam, con cara de confundido, le respondió:
“¿A quién te refieres?”
Fran el Corajudo con tono amenazante le gritó:
“¡¿Quién te cuida?! ¡Llévame a la cueva o te corto la cabeza!”
“Te llevaré a la cueva” —respondió el pequeño Liam sin alterarse.
La falta de reacción del niño desconcertó un poco a Fran el Corajudo,
pero estaba contento de por fin poder terminar con los rumores.
Al ver la cueva Fran el Corajudo sacó su espada y se dispuso a entrar.
A medida que se adentraba en la cueva la oscuridad se hacía más y más densa.
En poco tiempo ya no podía ver nada en el interior y cuando quiso mirar para atrás ya no podía ver la luz de la salida.
Fran el Corajudo trató de volver,
pero al dar unos cuantos pasos chocó contra una de las paredes de la cueva
y cayó súbitamente al suelo.
- “¡¿Hacia dónde debo ir?!” —pensó con angustia.
Puso sus manos en la pared
y cuando quiso empezar a caminar hacia la salida,
se dio cuenta de algo.
No podía diferenciar de qué lado se alejaba o se acercaba de la salida.
¿Era un camino recto?
¿O esa pared podría llevarlo a otro pasillo del que jamás podría salir?
Fran se puso de rodillas en ese instante y empezó a temblar,
como si su muerte fuese inminente.
Ya no se reconocía a sí mismo.
¿Estaba llorando?
No podía ni ver sus propias manos,
y su último recuerdo llorando era en la infancia.
“Fran, ¿Encontraste lo que buscabas?”
—la voz del niño lo puso de inmediato de pie.
“Si estás perdido sigue mi voz” —dijo Liam.
Dando pasos lentos y con las manos al frente para no chocar de nuevo,
Fran el Corajudo pudo seguir la voz del niño
hasta poder ver al fin la luz de la salida.
Aceleró el paso a medida que la luz se hacía más y más intensa,
hasta que por fin se encontró ya en la salida frente al niño.
Aún agitado, Fran el Corajudo gritó:
—“¿¡Qué pasó ahí adentro!? ¿¡Dónde está tu padre!?”
A lo que el niño le respondió:
—“¿A quién te refieres?”
Fran el Corajudo con tono amenazante le repitió:
—“¡¿Quién te cuida?!”
“Lo acabas de conocer” —respondió el niño.
Copyright © 2025 Silencio Will – SILENCIO BRANDING – todos los derechos reservados