Emma la Astuta era reconocida como la mayor ladrona de joyas del mundo.
Iba de pueblo en pueblo robando su reliquia más preciada.
Ya solo le quedaba un pueblo el cual se decía que su gobernante,
la Reina Victoria,
poseía la joya más valiosa jamás descubierta en el mundo.
A Emma la Astuta le gustaban los desafíos,
así que hacía correr la voz de su llegada un día antes por el pueblo,
para desplegar toda su astucia al momento de ejecutar el robo,
y así aumentar aún más su reputación.
Cuando finalmente Emma la Astuta hizo correr el rumor del robo de la joya,
la Reina Victoria entró en pánico y ordenó a su general:
“¡Pongamos la joya en la bóveda principal…
…y que todos los guardias reales la resguarden las 24 horas del día!”
El general con mucho tacto le respondió:
“Mi reina…
…ya muchos otros gobernantes replicaron esta misma estrategia…
…y Emma la Astuta siempre consigue atravesar cualquier obstáculo…
…sin importar si son bóvedas, guardias, o castillos con dragones.”
—El general continuó diciendo:
“En un caso así, yo recomendaría pedir consejo al sabio del pueblo,
su nombre es Liam…
…tal vez él nos dé una estrategia que nadie más haya implementado antes.”
La Reina Victoria sin más opción,
decide llamar al sabio para preguntarle qué hacer:
“Liam,
se dice que usted es el sabio del pueblo.
Así que le preguntaré…
¿Cómo podemos proteger la joya más valiosa del mundo?”
Liam el Sabio guardó silencio por un momento,
y después respondió:
“Si me dan la joya a mi…
…Emma la Astuta jamás podrá robarla.”
Impactada por la confianza del sabio,
la Reina Victoria preguntó al sabio:
“¿Qué garantía tengo de que tu palabra es verdadera?...
…¿Darías tu vida como garantía?”
“Si.” —respondió Liam el Sabio sin titubear.
La Reina Victoria sintió paz con esa respuesta,
y al instante ordenó la entrega de la joya al sabio.
El sabio tomó la joya y la llevó a su cabaña,
la cual quedaba justo a las afueras del pueblo.
Al día siguiente el pueblo entero estaba sumergido en la intriga.
“¿La Reina Victoria se ha vuelto loca dándole la joya al sabio?”
“¿Dónde iba a esconder la joya en una cabaña tan pequeña?”
“¿Cómo un sabio solitario iba a ser capaz de proteger la joya de la mayor ladrona del mundo?
—murmuraban los habitantes por las calles.
Pasó un día desde la llegada de Emma la Astuta al pueblo,
pero no ocurrió ningún robo.
Pasó una semana desde la llegada de Emma la Astuta al pueblo,
pero todavía no ocurría ningún robo.
De repente llegó la noticia al pueblo:
“¡Emma la Astuta ha devuelto las joyas robadas de los pueblos vecinos!”
Los habitantes estaban conmocionados con la noticia,
pero más aún la Reina Victoria,
que no entendía cómo el sabio había no solo protegido la joya,
sino que había conseguido que la ladrona devolviera lo robado.
“¡Quiero ir a hablar ahora mismo con el sabio!” —ordenó la Reina.
Una vez en la cabaña, la Reina Victoria bajó escoltada por dos guardias reales y tocó la puerta.
Pasaron unos minutos y el sabio no atendía a la puerta.
Uno de los guardias se percató de que la puerta estaba semiabierta,
entonces la empujó y lo que vieron dentro de la cabaña los desconcertó.
La joya estaba sobre la mesa principal,
justo en frente de la puerta.
La Reina Victoria sin salir de su estado de conmoción se acercó a la mesa,
y vió una nota al pié de la joya que decía:
“Si de verdad te hace feliz, es tuya.”
En ese momento se escucharon los pasos de Liam el Sabio,
que volvía a la cabaña de su caminata habitual.
La Reina Victoria sin entender nada, logró decir con dificultad:
“¿Qué es esto?...
…¿Esta fue tu forma de proteger la joya más valiosa del mundo?”
El sabio miró a la Reina Victoria con una sonrisa por un instante.
“Si verdaderamente es la joya más valiosa del mundo…”
—replicó el sabio.
“...entonces no existe otra forma de protegerla.”
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